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Palabra del Obispo


Dejar todo por la Patria
 
Columna de Mons. Lozano del 24 de agosto de 2014
Ayer se conmemoró un aniversario del conocido “éxodo jujeño”. El 23 de agosto de 1812 el pueblo de aquella ciudad se dispuso a partir, organizados por el Ejército del Norte a cargo del general Manuel Belgrano. La orden había sido dada por el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata..






Dialogar: escuchar y recibir


Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social





Me gusta mucho abrir el diccionario. Siempre aprendo algo nuevo. Cuando pensé en este tema para la columna de hoy entré una vez más en sus páginas que me sorprendieron con las varias definiciones de “dialogo”.

Existe un “diálogo de besugos” que es aquel en el que no hay coherencia lógica, o un “diálogo de sordos” en el que los que participan de la conversación no se escuchan.

Muchas veces escuchamos y percibimos que hay dificultades para dialogar. En cuántas casas está el televisor a todo volumen mientras almorzamos o cenamos. O en algunas reuniones de padres en la escuela, o de vecinos de un consorcio, o en algún otro ejemplo que pongamos. Nos falta “cultura del diálogo”, una especie de entrenamiento.


Y acá aparece la tercera definición: conversación en la que se manifiestan ideas en la búsqueda de puntos en común. Y para que el diálogo sea posible son necesarias varias condiciones:

-        Valorar. Sólo escuchamos a quien valoramos. Solamente si valoramos a alguien vamos a recibir también como valioso su aporte. Si lo vemos como enemigo, no estaremos en condiciones de dialogar.

-        Humildad. (opuesto: soberbia). Si pienso que yo solo tengo todas las respuestas para todas las preguntas, no voy a estar dispuesto a recibir sugerencias o consejos.

En tiempos de “reconfiguración de las prácticas comunicativas”, cuando nos referimos al diálogo en la sociedad, es importante reafirmar que lo político, la cosa pública debe ser tratada con la participación de todos. En esta participación consiste la democracia.


La democracia no puede contratar un seguro contra los conflictos.
 Ellos forman parte de la vida.

A veces nos asalta la tentación de responder a una agresión con otra, o subir el tono de voz. Hay reclamos que son legítimos desde diversos sectores y se expresan con energía. También hay situaciones muy duras de pobreza, injusticias, enfermedad, falta de vivienda que generan gran angustia.

Lo más sabio en cualquier caso es ayudar a nacer ambientes comunicativos en los cuales buscar consensos por medio del diálogo franco y abierto. Diálogo entre sectores, entre instituciones afines, entre partidos políticos en el Congreso de la Nación y las Provincias.

El diálogo hace posible llegar a nuevos acuerdos para seguir construyendo un proyecto a futuro desde el presente. 



A los papás en su día: ¡Feliz día del Padre!

Querido papá:

Éste es un día en que la familia pone en vos su mirada, y de manera especial te quiere expresar su cariño y gratitud.

Más allá de las propagandas de distintos tipos de regalos, todos reconocemos la necesidad de tu presencia. Miramos tu firmeza que nos brinda seguridad. Vos cuidás y protegés a tu familia, y das la vida por los tuyos. Tu ternura te muestra como refugio seguro al cual acudir ante las heridas del camino. Tu mirada levantada al futuro despeja las tormentas del presente y abre horizontes de esperanza.

Sos papá y sos esposo. No estás solo. Con tu esposa compartís sueños y anhelos. Cuidala y querela mucho. Dialoguen, salgan a pasear, reaviven el amor que los une. Esto construye para felicidad de ustedes y ayuda en la maduración de los hijos.

La vez pasada alguien decía que la crisis de valores que vive la sociedad de hoy está marcada por la ausencia de la figura del padre. Una ausencia, no de quien se borra de sus responsabilidades, sino de quien se siente desbordado por las complejas situaciones que lo sorprenden día a día. Tal vez sea así.

Por eso quiero decirte hoy con confianza y cariño: te necesitamos.

Necesitamos de tu presencia que nos ayude a caminar en tiempos de confusión.
Te necesitamos como varón para poner firmeza ante las corrientes que llevan a confundirlo todo.
También te necesitamos en la Iglesia. Vos sabés comunicar la fe a tus hijos. Acompañalos en este camino hermoso. Enseñales a rezar si son pequeños. Alentalos a vivir como Dios manda si son más grandes. A ganarse el pan con el sudor de la frente. A ser honestos ciudadanos comprometidos con el bien común.

Quiero hacer hoy mi oración por los papás que sufren por sus hijos y su familia.
Por los que tienen dificultades en el trabajo.
Por aquellos que agrandan el corazón y buscan llevar al hogar nuevos hijos por la adopción.

Doy un gracias grande a Dios, que es Padre de todos, por los papás que se ponen la familia al hombro y le dan para adelante.

¡¡Feliz día!!

Mons. Jorge Lozano - Obispo de Gualeguaychú
                                






TE DEUM – 25 DE MAYO 2010


Estamos participando del Te Deum por los 200 años de la Patria.

Reconocemos en los acontecimientos de la llamada “Semana de Mayo” en torno al Cabildo abierto de Buenos Aires “el primer grito de libertad para nuestra patria” (“Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad 2010-2016”, Conferencia Episcopal Argentina, 14-XI-2008, Nº 7).
“Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia” (id. 9)

En el mes de Marzo, una declaración de la Conferencia Episcopal Argentina se titulaba “La Patria es un don. La Nación una tarea”. Así se expresaba la necesidad de un sentimiento de gratitud por el don recibido, esa dimensión de herencia que tiene este presente. Como toda herencia, es el resultado del esfuerzo y el trabajo de otros. Podemos aprovecharla bien o mal; se puede malograr por pereza, codicia, avaricia. Puede ser causa de unidad o división.

Si nos preguntamos “¿Qué es lo heredado?”, podemos responder: “La Patria, la libertad”. San Pablo nos ilumina acerca de la libertad para el servicio mutuo por amor. No como fundamento del egoísmo que beneficia siempre a los poderosos, sino de la solidaridad. La libertad encuentra su plenitud en el amor. El Apóstol también nos advierte que podemos destruirnos unos a otros con violencia y agresión.

Podemos también hacernos otra pregunta: “¿Quiénes son los herederos?”, hemos de responder: “Todos los que habitamos el suelo Argentino”. Debemos cuidar que la herencia sea para todos. Cuando hablamos de “deuda social”, estamos diciendo que algunos han tomado más de lo que les corresponde, desposeyendo a otros. Muchos hermanos nuestros no se han beneficiado de la herencia común. En ellos es necesario escuchar los anhelos por otros gritos de libertad. La exclusión social hace considerar a algunos como “sobrantes y desechables”, como si estuvieran afuera de la sociedad. Ofende la dignidad del pueblo que algunos de sus hijos, niños y adolescentes sean víctimas de secuestro para sometimiento a esclavitud y explotación sexual. ¡Cómo deseamos oír el ruido de esas cadenas rotas para siempre!

El Te Deum es oración de acción de Gracias a Dios por sus dones, por aquellos hombres y mujeres que dieron forma concreta a un espíritu libertario creciente. Mirarnos como parte de un pueblo en su historia nos ensancha los pulmones para llenarlos de aires antiguos y nuevos. Nos libera de lo fugaz del momento presente y nos muestra nuestra vocación peregrina. Perder la memoria siempre lleva también a perder el rumbo. El camino recorrido y el horizonte al cual nos dirigimos se unen en este punto que es el presente. Hoy se abrazan en nosotros pasado, presente y futuro, como dimensiones inseparables del caminar de un Pueblo.

Podemos decir que así como la Patria es un don, es también una vocación. No es un don estático y acabado, sino una riqueza a desplegar.

Hay dos fechas significativas, podríamos decir emblemáticas para los Argentinos: el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816. La distancia de 6 años y 1.193 km entre el Cabildo de Buenos Aires y el Congreso de Tucumán, no nos pueden distraer de considerar estas fechas como un proceso vivido, un camino de maduración histórica de los acontecimientos (cronología, geografía, sociedad). Por eso, teniendo en cuenta la naturaleza de los sucesos históricos, en la Conferencia Episcopal Argentina hemos resaltado su vinculación, para que del 2010 al 2016, también podamos proponernos un proceso de maduración social: “erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral” (id. 5). Aprovechar el sexenio para que la celebración del Bicentenario nos ayude a crecer en Justicia y Solidaridad. Para que la herencia de la Patria sea distribuida equitativamente, y sea un motivo de fiesta para todos.

Aquellos ideales de libertad fueron alentados por numerosos sacerdotes y religiosos. La predicación en los templos, las enseñanzas de los capellanes de hombres de armas, la participación en Cabildos, Congresos, asumir cargos públicos, fueron signos elocuentes de adhesión del clero a la Revolución y de compromiso en su afianzamiento. La mayoría de los líderes de los procesos revolucionarios fueron laicos formados en su mayoría en escuelas y universidades de Congregaciones Religiosas. La fe estaba en las motivaciones profundas de los “Padres de la Patria”. En ellos resaltamos especialmente convicción, compromiso, renuncia a intereses egoístas.

En esta Ciudad llamada “la histórica” y en su Templo Basílica de la Inmaculada Concepción, en el cual rezaron buenos pastores, importantes servidores públicos y grandes ciudadanos, renovemos el compromiso de escuchar. Abramos los oídos y el corazón a la voz de Dios y el clamor del pueblo.

Un País mejor es posible. El Bicentenario es ocasión propicia para renovar la vocación de construir una Patria de hermanos y para todos. ¡que así sea!

+ Jorge Eduardo Lozano
Obispo de Gualeguaychú
25 de Mayo 2010

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El Sol del 25 …

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
viene asomando.

Solemos decir que “vivimos el día”, apurados. Así, corremos el riesgo de pasar de largo no sólo en los detalles, sino también en las cosas más importantes. Pasar por la superficie sin adentrarnos en otras presencias.

Estamos ya en las celebraciones del Bicentenario. Y es bueno no pasar por encima algunos elementos importantes de estas fiestas.

Reconocemos en los acontecimientos de la llamada “Semana de Mayo” en torno al Cabildo abierto de Buenos Aires “el primer grito de libertad para nuestra patria” (“Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad 2010-2016”, Conferencia Episcopal Argentina, 14-XI-2008, Nº 7).

“Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia” (íd. 9)

En el mes de Marzo, una declaración de los obispos argentinos se titulaba “La Patria es un don. La Nación una tarea”. Así se expresaba la necesidad de un sentimiento de gratitud por el don recibido, esa dimensión de herencia que tiene este presente. El Te Deum es oración de acción de Gracias a Dios por sus dones, por aquellos hombres y mujeres que dieron forma concreta a un espíritu libertario creciente. Mirarnos como parte de un pueblo en su historia nos ensancha los pulmones para llenarlos de aires antiguos y nuevos. Nos libera de lo fugaz del momento presente y nos muestra nuestra vocación peregrina.

Podemos decir que así como la Patria es un don, es también una vocación. No es un don estático y acabado, sino una riqueza a desplegar.


Perder la memoria siempre lleva también a perder el rumbo. El camino recorrido y el horizonte al cual nos dirigimos se unen en este punto que es el presente. Hoy se abrazan en nosotros pasado, presente y futuro, como dimensiones inseparables del caminar de un Pueblo.

Hay dos fechas significativas, podríamos decir emblemáticas para los Argentinos: el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816. La distancia de 6 años y 1.193 km entre el Cabildo de Buenos Aires y el Congreso de Tucumán, no nos pueden distraer de considerar estas fechas como un proceso vivido, un camino de maduración histórica de los acontecimientos (cronología, geografía, sociedad). Por eso, teniendo en cuenta la naturaleza de los sucesos históricos, en la Conferencia Episcopal Argentina hemos resaltado la vinculación entre 1810 y 1816, para que del 2010 al 2016, también podamos proponernos un proceso de maduración social: “erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral” (íd. 5). Aprovechar el sexenio para que la celebración del Bicentenario nos ayude a crecer en Justicia y Solidaridad.

Aquellos ideales de libertad fueron alentados por numerosos sacerdotes y religiosos. La predicación en los templos, el lugar de los capellanes de hombres de armas, la participación en Cabildos, Congresos, asumir cargos públicos, fueron signos elocuentes de adhesión del clero a la Revolución y compromiso en su afianzamiento. Los líderes de los procesos revolucionarios fueron laicos formados en su mayoría en escuelas y universidades de Congregaciones Religiosas. La fe estaba instalada en las motivaciones profundas de los “Padres de la Patria”. Y también en el “bajo pueblo” —que nos recordaban en una reflexión hace unos días los sacerdotes que trabajan en las Villas de Emergencia de la Ciudad de Buenos Aires— que le daba rostros, brazos y firmeza a la determinación de los sueños de libertad compartidos entre aquellos que tenían en sí mismos la semilla plural y multiétnica de la argentinidad recién nacida.

¿Será que, como dice Charly García, “estamos buscando un símbolo de paz” y con esta fecha bicentenaria tenemos el mejor de los motores para encontrarlo?

Hoy en la Iglesia celebramos el día de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo. Él es quien nos renueva en la Esperanza y nos hace generosos en la escucha de quienes piensan distinto, en el encuentro con los que nos parecemos, en la convivencia armónica entre los hermanos que habitamos este mismo suelo que empieza a vivir la Fiesta del Bicentenario.

¡Y que viva la Patria!


Carta Pastoral
Gentileza de audio de Alejandra Barboza
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Carta a la Virgencita de Luján

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Muchas veces, al llegar a la basílica, tu casa y nuestra casa, mirándote a los ojos —“Patroncita Morena” te llamaban hacia fines del 1700—, pensé: venimos con nuestros pies, ponemos nuestra voluntad en el camino pero nos trae e impulsa tu amor de Madre.

Esa Madre que, aunque esté preocupada por los caminos que a veces toman sus hijos (y supongo que eso les pasa mucho a las mamás), los quiere y los quiere bien. Le gusta verlos ser felices, con la vida encarando proyectos, siendo niños cuando hay que ser niños y maduros cuando la adultez reclama. Mamá que sabe esperar: vos estás desde antes de que soñáramos que podíamos llegar a ser una patria libre y soberana.

Otro pensamiento que se me aparece con frecuencia al estar en tu casa es imaginarme cuántos hombres y mujeres desde los inicios de la evangelización en nuestra tierra te vienen rezando y mirando tus mismos ojos.

¡Cuánto habrás visto y oído, Madre nuestra! Cuánto consuelo habrás prodigado, cuántos sueños habrás acunado y cuántas alegrías habrás festejado con los hijos de tu patria. Este suelo que elegiste para quedarte y darnos esperanza. Hoy queremos volver a poner en tu corazón a tus hijos, especialmente los que más sufren, los más pobres y postergados.

Ayer, en el día en que te festejamos, se leía desde tu bendita tierra lujanense y hacia toda la Argentina el Manifiesto de la Esperanza: “Los hombres y las mujeres de Fe junto con todos los argentinos de buena voluntad, debemos comprometernos en este inicio del Bicentenario a que en nuestra Patria salga a la luz una Esperanza  transformadora, hacia una Nación Argentina que incluya dignamente a todos sus hijos”.

Se reafirmó en un credo cívico-social la necesidad de estar todos juntos en la construcción colectiva de la esperanza y también se invitó a poner la mirada en un horizonte posible: protegiendo la vida en igualdad para todos quienes habiten nuestro suelo, cuidando a nuestros niños y jóvenes, propiciando familias unidas e igualadas ante las oportunidades y acceso a la educación, el trabajo digno y la salud.

Sos la Patrona de la Argentina. Esta Nación que te canta vestida de pueblo celeste y blanco: “Cuando Tú Madre querida / Nos acercas al Señor / La raíz de nuestra vida / Se renueva con tu amor / Que en el suelo americano / Nunca falte amor y paz/ No nos sueltes de tu mano / Virgencita de Luján”.

¡Hasta el domingo que viene!
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30 de abril de 2010
¡Feliz Día del Trabajo! (¿solamente para algunos?)

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Ésa es la fuente o el origen de su dignidad. Cuando hablamos de Dignidad de la persona humana o de Derechos Humanos, nos referimos a esa dimensión trascendente que todas y todos tenemos, y que no posee otra creatura sobre la Tierra. La vida de cualquier ser humano es sagrada, es don de Dios.
Por eso toda actividad humana es digna por el sujeto que la realiza. El deporte, el arte, el trabajo, la recreación… Son actividades nobles por ser personas humanas quienes las desarrollan. En este contexto, hablamos del trabajo.
La actividad laboral no puede quedar reducida a una simple mercancía que se compra, se vende o se alquila. No es un engranaje que forma parte de una gran maquinaria productiva. Ante la pregunta: ¿Qué es más importante, el “valor” económico o el “valor” humano del trabajo?, la respuesta contundente es el valor humano.
Para que este valor sea reconocido, el salario debe ser justo. Para ello debe tener en cuenta al menos dos parámetros: que sea un reconocimiento del tiempo y esfuerzo dedicados, y que el trabajador pueda proveer con ese salario al sustento digno de su familia. Que sea suficiente no sólo para las necesidades básicas de vivienda, alimentación, salud, educación de todos los miembros de la familia; sino que también les permita acceso al esparcimiento, la recreación, las expresiones culturales.
Dos de los desafíos de este tiempo son el lugar que se le da a la técnica y a los derechos laborales en la producción. Dejemos claro que la técnica no es más importante que el ser humano. El Papa Benedicto XVI nos advertía acerca de los riesgos de degradar a la humanidad por medio de “prodigios” de la técnica. Y agregaba: “Lo mismo ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se apoya en los ‘prodigios’ de las finanzas para sostener un crecimiento antinatural y consumista”. Por eso, los derechos laborales no pueden ser vulnerados con la excusa de lograr mayor rentabilidad o competitividad.
Hay países que explotan a sus ciudadanos, hacen trabajar a los presos en situaciones inhumanas o someten a los trabajadores a condiciones de esclavitud. Producen de este modo ropa, calzado, juguetes a bajísimo costo. ¿Hay que competir con estos sistemas económicos inicuos?
Quisiera que tuviéramos en nuestra oración y reflexión algunos rostros concretos que sufren a causa de la falta de justicia en las condiciones del trabajo.
-          Los jóvenes y adultos que trabajan en negro y no tienen seguros sociales, protección médica, aportes jubilatorios.
-          Los niños y niñas que son “empleados” como changarines en las fronteras y llevan bultos pesados de un lado a otro, los que son usados como banderilleros en la fumigación de los campos o para delinquir —en el comercio de drogas o el robo— o secuestrados para ser utilizados como mercancía sexual.
-          Los jóvenes que tienen poco acceso al trabajo, y sólo consiguen los empleos más inestables y con horarios rotativos. A los que se les exige “buena presencia” y son discriminados por su cuerpo o color de la piel.
-          Las mujeres que suelen tener menor remuneración que los varones por realizar el mismo trabajo. Las que son víctimas del acoso o sometimiento sexual para mantener sus empleos.
-          Los aborígenes que no son respetados en sus derechos de trabajar la tierra según sus tradiciones culturales. A muchos se los desplaza de su hábitat por negociados que van en búsqueda de mayor “rentabilidad” con propósitos de utilidad abusiva de los recursos naturales.
-          Los migrantes que son explotados en los trabajos de mayor exigencia física. Los que nos sorprenden cada tanto con alguna noticia de los llamados “talleres con cama caliente”, verdaderos antros de la esclavitud contemporánea.

Hemos de reafirmar la importancia fundamental de fortalecer la “cultura del trabajo” como una necesidad imperiosa en nuestra Patria. Hace unas décadas el tango “Cambalache” se quejaba —y con razón— diciendo: “Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el vive de los otros, que el mata, que el que cura, o está fuera de la ley”. ¡Cómo entendemos a qué se refiere! Es tarea de todo hombre y mujer de bien mostrar que para ser feliz hay que “ganar el pan con el sudor de la frente”.
En este camino hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad, comprometamos esfuerzos para gritar: ¡Feliz Día del Trabajo para Todos!


22 de abril de 2010

Somos hermanos

Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

La necesidad de tener como ciudadanos un proyecto de país “no es una preocupación nueva” en la Argentina. En varias oportunidades y desde diversos sectores de la sociedad se ha planteado esta inquietud. Para ello es necesaria una mirada a largo plazo, la cual no es posible sin tomar en cuenta el presente y el pasado.

Un proyecto nos marca metas, etapas y plazos. También define roles y funciones, el lugar y la responsabilidad de cada uno de los hombres y mujeres de la Patria.

Si nuestra vinculación se apoya en que nos encontramos hoy por casualidad, pero sin una historia que nos una, difícilmente habrá un futuro que tengamos que construir juntos. Sólo tendremos un proyecto de país si conocemos esa historia común. Habrá un camino por recorrer si nos reconocemos parte de un pueblo y nos miramos cada uno de nosotros como parte de una familia humana. Si todos permanecemos encerrados en nuestro propio mundo y lo único que nos reúne es habitar una misma geografía producto de la casualidad o, peor aun, de la fatalidad, entonces estamos perdidos.

Es hora de “usar nuestro traje”, dice un tango-canción que nos retrata como argentinos. Ser nosotros en nuestra tierra, reflexión apropiada en el tiempo ya que el pasado 22 de abril fue el Día Internacional de la Tierra. Tierra que debemos cuidar y honrar, en su gente y su medio ambiente. Con memoria de pasado,  conciencia de presente y sueños hacia el futuro.

Podremos construir juntos si nos reconocemos hermanos,  vinculados con lazos profundos de afecto y amistad social. Si nos vemos solamente como “socios” haremos buenos o malos negocios, pero no un proyecto de país. Si sólo nos tratamos como “consumidores y vendedores” organizaremos una empresa, pero nunca un país.
Debemos pasar “de habitantes a ciudadanos”  y de ciudadanos a comunidad política. Capaces de construir horizontes superadores, capaces de mirarnos como hermanos.

Y hablando de construcción: Un abrazo muy sentido para todos los trabajadores de ese gremio que el jueves 22 festejaron su día.

¡Hasta el próximo domingo!
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 11 de abril de 2010
Del siglo XIX al siglo XXI

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

En el Documento de la Conferencia Episcopal Argentina de noviembre del 2008, “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad (2010-2016), que venimos comentando en esta columna se dice:

“No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia”. (Nº 9)

“Acercándonos al Bicentenario, recordamos que nuestra patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos perfeccionar. Podremos crecer sanamente como Nación si reafirmamos nuestra identidad común.” (Nº 11)

¿Qué se está acentuando en estos párrafos? Que no podemos saber adónde vamos si no tenemos claro de dónde venimos y que la historia que un pueblo escribe en libertad es un signo de su salud social y del respeto que manifiesta cuando trae al presente a los hacedores de su pasado.

Sabemos que nuestra historia no comienza con la Revolución de Mayo. También forman parte de nuestra identidad la cultura de los pueblos originarios, la impronta de las Órdenes y Congregaciones Religiosas que misionaron en estas tierras. Y cómo no mencionar el rechazo y resistencia a las invasiones inglesas en la primera década del siglo XIX, sucesos de los que el imaginario argentino incorpora entre los más heroicos y valientes.

Sin embargo, la proximidad del Bicentenario del 25 de Mayo de 1810 nos hace evocarlo como “el primer grito de libertad para nuestra Patria”. (Nº 7)

Me acordaba en estos días de una novela que relataba la historia de un hombre que aparece perdido en un pueblo. La gente se le acerca y le pregunta: “¿Te podemos ayudar? ¿Adónde tenés que ir?”. Y el hombre responde: “No sé de dónde vengo, no sé hacia adónde voy”.

Su horizonte era confuso e indeterminado porque no sabía dónde había comenzado su camino.


Algo semejante nos puede suceder si no tenemos una mirada clara acerca de nuestra historia, de nuestro caminar como Pueblo, como Nación, como Continente. Difícilmente podamos proponernos un proyecto que sea adecuado a nosotros si no partimos desde nuestra identidad. La identidad nos da pertenencia a un pueblo concreto. “Nuestro ADN social” es sumatoria de quienes nos precedieron en hechos e ideas, y nos otorgaron el gran regalo de la memoria colectiva.


Somos el resultado de los sueños y anhelos de hombres y mujeres de los siglos anteriores. Sus aciertos y errores, sus grandezas y mediocridades han construido esta Patria querida.

Hoy, nosotros, hombres y mujeres del presente-constructores de la historia, nos encontramos ante el intenso desafío de sabernos tales y descubrirnos posibles y capaces de honrar a la Patria. De honrar la Vida
.



28 de marzo de 2010
DOMINGO DE RAMOS

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Hoy es un día de fiesta muy especial. Se conmemora —se hace memoria— y se celebra —se hace presente— la entrada de Jesús a Jerusalén. En aquella ocasión muchos le salieron a recibir con alegría. Nos relata el Evangelio que colocaron sus mantos improvisando una alfombra y lo saludaron agitando unos ramos con hojas verdes. Jesús entraba montando en un burro. Ésta es una manera de decirnos que viene con humildad, como rey pacífico; no montado en un importante y fuerte caballo.

Hoy en nuestras Iglesias se bendicen los ramos de olivo. También salimos a las calles, hacemos procesiones, evocando aquella entrada de Jesús en la Ciudad Santa. Es uno de los días del año que más gente acude a la Iglesia.

¿Para qué son los Ramos que nos llevamos a casa? Tienen una doble finalidad. Solemos colocarlos junto a una cruz que tenemos en la pared, o al lado de alguna imagen o estampita de la Virgen o alguno de los Santos que nos acompañan en nuestra vida de fe. De este modo, al mirar ese Ramo nos acordamos que hemos aclamado a Jesucristo como Rey de nuestra vida. Es un signo que nos recuerda haber rezado y cantado para que Él reine en nuestra vida, nuestra familia, nuestra patria. La otra finalidad es misionera. Es muy bueno llevar algún ramito a quienes no pudieron ir a la bendición y a la Misa. Siempre hay que pensar y tener en cuenta a algún vecino, familiar, o alguien enfermo.

        
El Domingo de Ramos es la puerta de la Semana Santa. Un tiempo muy importante para la oración, para acercarnos a Dios en la confesión, para reconocer el Amor de Dios.

Para Jesús entrar a Jerusalén fue acercarse a la Pasión, Muerte y Resurrección. Por eso, después de una procesión festiva y alegre, en la celebración de la Misa se lee el Evangelio de la Pasión de Jesús. Él mismo había predicado “si el grano de trigo no muere queda solo, pero si muere da mucho fruto”.

En la Semana Santa Jesús nos invita a vivir los momentos culminantes de su entrega por Amor a todos nosotros. Son celebraciones emotivas y ricas en gestos, signos que nos muestran ese Amor tan grande, tan generoso que nadie queda afuera. Acercate.

Hasta el Domingo que viene caminando hacia la Pascua.

Feliz Semana Santa. 


 26-03-10
San José de Gualeguaychú, 22 de Marzo de 2010

A la Asamblea Ciudadana Ambiental Gualeguaychú

Estimados Asambleístas:
                              Estamos transitando este tiempo de Cuaresma que nos lleva a la Semana Santa y a su culmen que es la Pascua. Es un tiempo de mirada interior para acercarnos más a Dios y a los hermanos.
                                         En este marco me dirijo a ustedes para solicitarles un gesto pascual: que levanten el corte de la ruta internacional 136 en la próxima Semana Santa.
                                         Este pedido que les acerco ahora lo he conversado con algunos de ustedes en Pascuas y Navidades anteriores. Será dar un paso hacia el encuentro entre familiares y amigos que ayude a fortalecer la fraternidad entre nuestros pueblos.
                                        Les envío mis saludos
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5 de marzo de 2010
La Gran Deuda

por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

El Diccionario de la Real Academia dice que la palabra “deuda” significa “obligación que alguien tiene de pagar, satisfacer o reintegrar a otra persona algo, por lo común, dinero. Obligación moral contraída con alguien”.

En esta definición hay tres elementos: dos sujetos (uno que debe a otro) y un objeto (aquello que se debe o adeuda).

En un documento de la Conferencia Episcopal Argentina los Obispos escribimos: “La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer?”. (Afrontar con grandeza nuestra situación actual, 11 de noviembre de 2000.)

No se trata solamente de una cuestión económica para que cierren los números. Es antes que nada un problema moral, que afecta a la dignidad del deudor y del acreedor. De esos “elementos” que nombrábamos en la definición del inicio.

La dignidad del acreedor es afectada porque se le quita lo que necesita para vivir humanamente y le corresponde por derecho.

La dignidad del deudor es afectada porque no trata al otro como hermano. Lo que se debe no es una silla o un libro que se pidió prestado, sino la posibilidad de acceder a los derechos humanos elementales: educación, salud, vivienda, alimentación. Todos derechos que hacen a la dignidad humana.

¿Y qué es lo digno?
Lo que merecemos, lo que nos corresponde por condición o mérito. Lo contrario nos sumerge en espacios que deslucen nuestras virtudes y valores. Para pensar, ¿verdad?

Compartamos algunos conceptos del cardenal Bergoglio sobre el tema: “la ‘deuda social’ son millones de argentinas y argentinos, la mayoría niños y jóvenes, que exigen de nosotros una respuesta ética, cultural y solidaria. Esto nos obliga a trabajar para cambiar las causas estructurales y las actitudes personales o corporativas que generan esta situación; y a través del diálogo lograr los acuerdos que nos permitan transformar esta realidad dolorosa a la que nos referimos al hablar de la ‘deuda social’ ”.

(…) “Para la Iglesia es esencial tratar el problema de la deuda social porque el hombre, y en particular los pobres, son precisamente el camino de la Iglesia porque fue el camino de Jesucristo.”1

Y que la Gran Deuda no se vaya convirtiendo silenciosamente en la Gran Duda que nos haga recelosos unos de los otros y nos impida confiar. Sabemos con certeza que la construcción colectiva de soluciones propositivas es imposible si no confiamos en nosotros, los hermanos que vivimos y amamos nuestra Patria.

Por eso este camino que une al Bicentenario del 25 de Mayo de 1810 con el del 9 de Julio de 1816 debemos proponernos como prioridad nacional erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral de todos, sin que nadie quede afuera o se caiga del proyecto. Anhelamos celebrar el Bicentenario en Justicia y Solidaridad. Será posible si crecemos en compromiso por nuestros hermanos más pobres y excluidos.

1. Conferencia inaugural del cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j., en el Seminario sobre “Las Deudas Sociales”, organizado por ÉPOCA. Buenos Aires, 30 de septiembre de 2009.

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28 de febrero de 2010
Nunca estamos al margen

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Hace una semanas rezábamos juntos por el pueblo haitiano. Hoy lo hacemos por el pueblo chileno.
…Cuando miro el cielo, veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur / mi alrededor son los ojos de todos y no me siento al margen”, dice el poeta uruguayo Mario Benedetti evocando su patria.

Nada que suceda en las patrias de nuestros hermanos nos es ajeno. La patria de nuestros hermanos chilenos no está “al margen”. Estamos al lado que es lo mismo que decir juntos, hasta cumplimos y celebramos nuestro bicentenario en este mismo año.

Ayer Chile tembló con un terremoto de 8.8 en la escala de Richter y se encadenaron remezones de ese movimiento en varias provincias argentinas. También hubo alertas de tsunami en Perú, Ecuador, Australia, Hawai… Hasta el momento en que estoy escribiendo estas palabras —sábado a la tarde—ya había en el país trasandino más de 200 muertos.

Siguen llegando las noticias: “solidaridad con….”, “se suspende festival…”, “sacudió el centro y sur…”, “los damnificados…”, “se aplaza el inicio del año escolar…”, “evacuan la isla…”. Frases con absoluto contenido humano porque en cada gesto, en cada centímetro cuadrado de tierra fragmentada, en cada decisión que acerca alivio a los que están sufriendo las consecuencias del terremoto, está la gente. Inesperadamente voces y sueños, vidas y proyectos, dan espacio imprescindible a la urgencia del imponderable.

Manos de ayuda llegan de todas partes hasta la delgada patria chilena. La naturaleza no elige lugares para hacerse sentir. La presencia fraterna ante el dolor, tampoco. De eso se trata conmovernos: “mover el corazón” y ponernos en marcha para estar al lado de los hermanos. Y descubrimos una vez más que el sufrimiento del otro también es el nuestro.

Eladia Blázquez nos describe desde su canción: “Con las alas del alma desplegadas al viento / ante cada noticia de estupor, de injusticia / me desangro por dentro y me duele la gente, su dolor, sus heridas / porque así solamente interpreto la vida”.

La gente y sus vidas nos duelen. No estamos al margen.
Padre Bueno del Cielo, no dejes que la noche nos sorprenda sin ti. Pidamos a la Virgen del Carmen, Patrona del pueblo chileno, cuide de todos con ternura de Madre.

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27 de febrero de 2010
Democracia y economía

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Al mirar nuestro país no puedo no conmoverme. La democracia de mi país me conmueve al igual que el rumbo de la economía porque ambos conceptos se hacen concretos, visibles e influyen en la vida cotidiana de todos nosotros.

La democracia es la forma de gobierno propia del Estado de derecho. El pueblo gobierna y legisla a través de sus legítimos representantes, elegidos por medio del voto. Pero la responsabilidad ciudadana no termina al colocar el sobre en la urna el día de las elecciones. Es necesaria la participación en la construcción del bien común. Ese bien común que propone características que bien vale recordar: respeto a la persona, búsqueda de la paz y el bienestar de la comunidad, la interrelación y colaboración con distintos actores de la sociedad para encontrar entre todos el mejor bien posible.

La “política” hace referencia a lo que es común a todos. No es sólo cuestión de “los políticos”, sino responsabilidad de toda la ciudadanía. Queremos una Democracia firme, estable. En esto coincidimos todos los argentinos.

Uno de los elementos que fortalecen la democracia es una economía sana y una justa distribución de los bienes. Si la economía tiende a una administración eficaz de los bienes comunes, busca la generación de riqueza colectiva, cuida los recursos y optimiza la capacidad de ahorro puede ser considerada sana. El Papa Benedicto XVI dijo que la democracia “es la única que puede garantizar la igualdad y los derechos de todos”.

La Democracia se entiende como el gobierno del pueblo y para el pueblo. Si esto no sucede se desvirtúa su finalidad y la gente crece en desconfianza y apatía a la par que se aleja y abandona espacios de participación.

Es oportuno que destaquemos que la política es una tarea muy noble. El Papa Pablo VI dijo que “la política es una forma eminente de la caridad”. La nobleza implica gestos y actitudes generosos y honrados tanto en gobernantes como en gobernados.

Para fortalecer la democracia también es importante garantizar el acceso a la educación, la salud, la vivienda. Debe haber un modelo de producción y desarrollo que promuevan la creación de fuentes de trabajo en las diversas regiones del país.


Al mismo tiempo, es muy deseable una cultura del trabajo que atraviese la educación en todos sus niveles y que logre generar jóvenes que se identifiquen con esta propuesta: la que se edifica sobre la roca del trabajo digno y que brinda satisfacciones tanto en el plano individual como en el colectivo.

Cultura del trabajo que va de la mano de la solidaridad. “El mensaje de la doctrina social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo” dice en uno de sus párrafos el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Pensar acerca de democracia y economía nos llevó a reflexionar sobre política, bien común, educación.

Nelson Mandela, aquel líder que emergió de una sociedad tan lastimada como la sudafricana, nos presta su definición de democracia antes de despedirnos hasta próximo domingo:
Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”.

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20 de febrero de 2010
El verano y las vacaciones

En estos meses de verano hay menos movimiento en la calle. Lo habrán notado, ¿verdad? Todos parecen que caminan un poco más despacio. En parte por el calor, y también porque hay menos apuro para hacer las cosas.

Algunos, tal vez, se pueden ir unos días afuera. Muchos no. Pero todos podemos aprovechar este tiempo para entregarle otra mirada —quizás más despejada o menos apremiada por horarios y obligaciones— a lo que nos rodea.

“Tenemos más tiempo”, pareciera decirnos cada enero. Descanso en el trabajo, no levantarse temprano por la escuela de los chicos, los días son más largos.

Es bueno proponerse algo más que mirar la tele todo el día.

Por ejemplo, ir a visitar a algún familiar o amigo que hace rato no vemos. Esos encuentros nos reconfortan y ayudan a gustar de los recuerdos. Seguro que aquellos que visitamos tienen algo nuestro dentro suyo para darnos y hacernos sentir más cerca en los afectos.

También podemos ir a visitar a la Virgen de Luján. Hace poco pasé un sábado a la tarde por el Santuario y había mucha gente que iba a Misa y rezaba, y luego se sentaban a tomar mate debajo de las arboledas del costado del río. En vacaciones es bueno dedicarle más tiempo a la oración. Y si es en familia, mejor.

Todo lo que podamos hacer en familia es tiempo bien usado. Tiempo que transcurre la simpleza de la vida compartida. Salir a pasear, jugar a algún deporte o juegos de mesa en casa.

No debería faltarnos un tiempo dedicado a conversar tranquilos sobre cómo nos fue en el año 2009 y qué esperamos para el 2010: qué expectativas tenemos, qué quisiéramos lograr, qué deseamos de nuestra familia.

Si tenemos la posibilidad de ir de vacaciones a algún lugar de veraneo, tenemos también allí ocasión de dar gracias a Dios por tantas cosas lindas que hizo en nosotros.

Y sobre todo, por el regalo de la vida y de aquellos que queremos y nos quieren.

Más de una de esas cosas lindas ni siquiera las registramos porque el ritmo del año de trabajo y estudio a veces no nos dejan ver con claridad esa presencia de Dios a nuestro lado.

Verano y vacaciones pueden acercarnos a mirar hacia adentro de cada uno, percibir la compañía de Jesús en nuestro andar y agradecerle que nos haga fieles a su amistad y presencia divina.

+Jorge Lozano
Obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social



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